Lo que más ha sorprendido a los observadores del Banco Mundial es lo poco que Paul Wolfowitz ha cambiado a la institución de la cual se puso al frente hace un año atrás. En lo que respecta a África, la infraestructura y el alivio de la deuda ha mantenido – para bien o para mal – el rumbo fijado por su antecesor James Wolfensohn. En cuanto al tema de alto perfil de la corrupción, ha hecho bastante ruido pero muchos se preguntan si realmente tiene o no un plan. Únicamente en lo referente a maniobras administrativas se ha mantenido fiel a los temores – o en algunos casos deseos – de sus críticos.
Cuando el presidente estadounidense Bush presentó en primera instancia el nombre de Wolfowitz como posible candidato a la presidencia del Banco Mundial el 16 de marzo de 2005, la reacción fue de hostilidad. En diez días, la ONG con sede en Bruselas, Eurodad, había recopilado una lista de 1650 organizaciones de la sociedad civil alrededor del mundo que se encontraban indignadas ante la designación del ex halcón del Pentágono y arquitecto de la guerra de Estados Unidos contra Irak a la presidencia del banco de desarrollo multilateral más grande del mundo. Las encuestas realizadas por el Financial Times, worldbankpresident.org y la asociación de funcionarios del Banco Mundial mostraban el apoyo brindado a Wolfowitz cayendo a cifras de un solo dígito.
Se temía que Wolfowitz fuera a paralizar el compromiso con la sociedad civil, impulsar el tipo de condiciones económicas neoliberales que caracterizaron los esfuerzos de «reconstrucción» en Irak, y facilitar el uso del Banco como una herramienta afín a los intereses económicos y de seguridad de los Estados Unidos. Saludado con protestas en su primer día de trabajo, el primero de junio de 2005, Wolfowitz declaró que sus prioridades eran África y la buena gobernabilidad, y también destacó la necesidad de «volver a trabar contacto» con los países de mediano ingreso a través del financiamiento para inversión en infraestructura. Un año después, ¿se han hecho realidad los temores expresados por los críticos de Wolfowitz? Y ¿cómo le ha ido al propio Wolfowitz en lo referente a las prioridades que él mismo estableció?
Wolfowitz apenas se había mudado a su oficina en Washington cuando ya estaba en viaje de visita a Nigeria, Rwanda, Burkina Faso y Sudáfrica en una gira relámpago. Ese mismo mes, durante la cumbre del G8, se solicitó al Banco la elaboración de un «plan de acción para África». El plan resultante presentado en las reuniones anuales celebradas en septiembre de 2005, se basa en el Documento de Estrategia de Lucha contra la Pobreza de cada país, incrementándose la cantidad de fondos disponibles para fortalecer las instituciones de gobernanza y el gasto en infraestructura, educación y salud. Se han creado varios mecanismos nuevos apuntando a la inversión, la infraestructura y la agricultura. Desde entonces, se ha otorgado el alivio de la deuda a 14 países africanos y el bienvenido apoyo del Banco para la repatriación de fondos sustraídos de las cuentas públicas y guardados en cuentas bancarias en el extranjero.
Ausente de los bombos y platillos en torno al frenesí de las nuevas y radiantes iniciativas se encuentra el cuestionamiento al fracaso del modelo de crecimiento orientado a la exportación y al uso intensivo de recursos que el Banco ha estado apoyando en África durante tres décadas. Al tiempo que se ha producido un gran giro en los últimos años gracias al apetito voraz de las economías asiáticas, el Banco mismo ha admitido en un informe presentado a mediados del 2005 que luego de considerarse el agotamiento de recursos y el daño provocado por la contaminación, muchos de los países que pregonan historias exitosas terminan siendo perdedores.
Al ex presidente James Wolfensohn le agradaba atribuirse el mérito de haber comprometido al Banco en 1996 a «luchar contra el cáncer de la corrupción». En estos últimos meses, Wolfowitz ordenó detener cientos de millones en préstamos del Banco a países de distintas partes del mundo; lanzó un marco para coordinar los esfuerzos contra la corrupción de los bancos multilaterales de desarrollo; y exigió una revisión interna de programas del Banco minados por la corrupción. Sin embargo, sus tácticas han recibido severas críticas – al permitir que proyectos de muy alto perfil llegaran hasta las últimas etapas de aprobación por parte del Directorio antes de que se interviniera para posponerlos. Wolfowitz parece estar apuntando más a los miembros de la comisión de relaciones exteriores del Senado de Estados Unidos (quienes encabezaron una investigación de dos años acerca de la corrupción en los bancos multilaterales de desarrollo) que a resolver un problema complejo. Lo que se necesita son tanto reformas internas en los sistemas de responsabilidad del Banco como cambios fundamentales en la forma en que la organización hace los negocios, especialmente cuando se trata de financiación en infraestructura y en petróleo, gas y minería. Un reciente documento de discusión que se hizo circular entre los miembros del directorio y fue obtenido por el Proyecto Bretton Woods sugiere que Wolfowitz podría tomar medidas sobre lo primero pero es improbable que aborde lo mencionado en última instancia.
James Wolfensohn comenzó su presidencia retirando el financiamiento del Banco al polémico proyecto de construcción de una represa en Nepal en lo referente a cuestiones sociales y ambientales. En contraste, Wolfowitz ha manifestado su intención de defender la infraestructura de «alto riesgo y alta recompensa». Este retorno a la infraestructura se encuentra impulsado por el imperativo financiero de que el Banco mantenga su relevancia en los países de mediano ingreso y con respecto a los intereses de los países ricos en los contratos lucrativos de construcción. En enero, la red de infraestructura del Banco publicó un documento donde se destacaban «las lecciones aprendidas en las dos últimas décadas de participación del Banco». Las mismas incluían: equilibrar el desarrollo de infraestructura en general con el acceso de los más pobres; evitar un énfasis excesivo en el suministro del sector privado; diseñar proyectos para «salvaguardar a las personas y a la naturaleza»; y enfrentar explícitamente a la corrupción.
Muchos de los que se encuentran en el terreno donde habrá de sentirse el impacto directo de los proyectos de infraestructura financiados por el Banco temen que dichas lecciones no estén siendo aprendidas. Bosshard y Lawrence de las ONGs estadounidenses International Rivers Network and Environmental Defense, mencionan el caso del sistema de riego en la Cuenca del Indo en Pakistán como un «ejemplo notorio de cómo la corrupción invade al desarrollo económico y distorsiona las prioridades de la inversión en infraestructura» (ver texto en inglés). Una serie de proyectos financiados por el Banco ha desplazado a más de 200 mil personas y aún así opera de forma extremadamente ineficiente. Ha llenado los bolsillos de la Entidad para el Desarrollo del Agua y la Energía en Pakistán, implicada en casi la mitad de las más de 31.000 denuncias recibidas por el Defensor del Pueblo contra la corrupción en el año 2002.
El Banco aprobó US$ 37 mil millones en alivio de la deuda para 17 países a fines del mes de marzo, admitiendo efectivamente que sus anteriores esfuerzos destinados al alivio de la deuda resultaron un fracaso. Al tiempo que se sugirió que Wolfowitz representaba una influencia positiva para el apoyo de Estados Unidos al acuerdo, el empuje surgió de las campañas que avergonzaron a los países acreedores del G7, y el mapa de ruta se esbozó durante la reunión de ministros de finanzas del G7 celebrada en la primavera de 2005, mucho antes de que Wolfowitz asumiera en el Banco. Aún quedan planteadas serias preocupaciones en torno a la condicionalidad económica ligada al alivio y a la cantidad de países que aún viven bajo la carga de deudas que les impiden adjudicar recursos a servicios públicos que se necesitan con desesperada urgencia.
Una de las formas más comunes en que los nuevos presidentes del Banco Mundial han dejado el sello de su autoridad en la institución es embarcándose en una reestructuración a nivel institucional. Al tiempo que hasta ahora Wolfowitz se ha resistido a este llamado de la sirena, ha vuelto a trazar líneas de responsabilidad a hurtadillas. Rodeándose de sus antiguos colegas en el gobierno de Estados Unidos, Wolfowitz ha dejado a altos funcionarios del Banco abandonados a su suerte. El resultado ha sido un éxodo masivo. Al encontrarse excluidos por el círculo íntimo de Wolfowitz y atacados por las insinuaciones de corrupción, la moral del personal se halla en un mínimo histórico.
Al infortunio del personal se suma la sombra amenazante de una crisis presupuestal a nivel institucional, similar a la que padecen los colegas que trabajan enfrente en el FMI. Los ingresos del Banco provenientes de los pagos realizados por los prestatarios y de inversiones se han visto reducidos a más de la mitad entre el año 2001 y 2004. Según se informa, Wolfowitz está estudiando opciones para racionalizar las actuales treinta y tantas vicepresidencias. La primera en recibir un golpe de hacha podría ser la Unidad de Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente – tradicionalmente una de las pocas aliadas potenciales del medio ambiente y los pueblos indígenas en el Banco.
La política en materia de participación de la sociedad civil no ha sufrido ningún cambio desde la época de Wolfensohn. Wolfowitz ha mantenido la tradición de Wolfensohn de celebrar «encuentros» con organizaciones de la sociedad civil durante las reuniones anuales y de primavera. El acceso tanto en Washington como a nivel de los países no presenta mayormente ningún cambio; lo mismo sucede con la inquietud de que la participación de la sociedad civil en las decisiones fundamentales en materia de política económica sigue siendo como mucho marginal.
Se vislumbran en el horizonte una cantidad de interrogantes para el segundo año de Wolfowitz. ¿Habrá el cruzado contra la corrupción de transformar sus representaciones teatrales en una estrategia coherente, o habrá la corrupción de convertirse simplemente en el nuevo pretexto de las recetas para la gobernabilidad impuestas por Washington? ¿Habrán de tener que enfrentar los aliados de Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo el mismo escrutinio sobre sus prácticas corruptas que otros vecinos «menos importantes»? Y ¿qué sectores del Banco habrán de enfrentarse al hacha una vez que el ajuste del presupuesto se intensifique?
En caso de desear aplacar a sus numerosos críticos, Wolfowitz debería mostrar liderazgo en la reforma de las absurdas estructuras de gobernabilidad del Banco que mantienen a los países más afectados por sus políticas sin derecho a emitir ninguna opinión en las tomas de decisiones. También debe tomar medidas firmes para lograr que el Banco deje de dictar las políticas económicas de sus prestatarios y asegurar que la institución haya realmente «aprendido las lecciones» en materia de infraestructura. Y si el lobo feroz realmente desea soplar y derribar la casa, podría por último abordar el tema de la deuda odiosa – que es responsabilidad del Banco y de otros acreedores por haber otorgado a sabiendas préstamos a cleptócratas y a proyectos tramposos. Pero no hay que esperar gran cosa.