Por Roberto Bissio, ITEM, Uruguay
El 28 de agosto en Bariloche, Argentina, los presidentes de doce países sudamericanos se reunieron para discutir un tema decisivo para su recién creada Unión de Naciones Suramericanas (Unasur): el acuerdo entre Estados Unidos y Colombia que permite la creación de una cadena de bases militares extra-regionales muy cerca del corazón de la Amazonia. Este era un tema muy polémico y difícil para una institución de tan reciente creación como Unasur, porque toca aspectos sensibles de la soberanía nacional, la seguridad, las drogas y el terrorismo. Y entonces, ¿qué hicieron los presidentes? ¿Se escondieron detrás de puertas cerradas para negociar un acuerdo secreto? No. Se decidió transmitir todas las 6 horas de reunión, y ponerla en vivo en internet. Bajo este intenso escrutinio público, los presidentes llegaron a un acuerdo que logró dejarlos a todos bien parados y mantener Unasur viva y quizás incluso fortalecida.
¿Cómo se compara esto con los procedimientos de las instituciones de Bretton Woods, que siempre están tratando de enseñar a los países en desarrollo la importancia que tiene la buena gobernanza para su futuro bienestar? El Banco Mundial y el FMI no sólo no permiten el acceso de la prensa y las ONG a sus reuniones, sino que también mantienen en secreto las transcripciones. Si bien se anuncian las decisiones, es imposible saber quién estaba a favor o en contra, lo que hace prácticamente imposible la rendición de cuentas ante los parlamentos, la sociedad civil y la gente que se supone que representan.
¿Cómo deshacerse del veto sin que el que tiene el poder de vetar, lo vete? Esa es la cuestión clave.
De esta forma, cuando se llevó a cabo la consulta sobre el «cuarto pilar», y se trató de obtener las opiniones de la sociedad civil sobre la reforma de la gobernanza del FMI (ver Boletín 66), los latinoamericanos que fueron consultados parecieron menos interesados en los detalles del aumento de los votos en el mismo sistema opaco de votación y más en los conceptos de integridad e impunidad de los juicios a nivel nacional contra funcionarios de las IFI.
En la mayoría de los países de América Latina, si una funcionaria pública de alto rango abandona su cargo, es contra la ley que sea contratada por cualquier compañía con la que ella o alguien bajo su autoridad podrían haber hecho negocios. Esta prohibición se extiende de seis meses a varios años, dependiendo de los diferentes enfoques de la lucha contra la corrupción. Sin embargo, es una práctica común que los ministros de finanzas sean contratados por el FMI apenas dejan el cargo, a menudo bajo presión política después de haber firmado algún acuerdo con el Fondo. Y hay casos de funcionarios del Fondo (y del Banco Mundial) que se convirtieron en ministros o funcionarios de bancos centrales, en lo que muchos han llamado una práctica de «puerta giratoria».
«¿Qué pasaría si los votos necesarios para aprobar las decisiones se redujeran 85 a 83 por ciento?», preguntó un participante en las consultas. La pregunta no era ingenua, pero apunta al meollo de la cuestión. Con el 16,7 por ciento de los votos, Estados Unidos tiene poder de veto en el FMI y el Banco Mundial. De hecho, el poder de veto es una expresión que se origina en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde los cinco miembros permanentes tienen la capacidad de emitir un voto negativo para bloquear cualquier decisión. En las Instituciones de Bretton Woods es al revés: ninguna decisión importante puede aprobarse sin que Estados Unidos de el visto bueno.
¿Existe alguna relación entre el enorme poder de un país sobre los dos pilares de las finanzas internacionales y el hecho de que la crisis financiera global se haya originado precisamente en ese país? ¿Y haya sucedido sin que las Instituciones de Bretton Woods la vieran venir y alertaran a todo el mundo sobre la inminencia de la crisis? Bueno, recuerden la historia del emperador que no tenía puesta su ropa. ¿Podría alguien más andar corriendo desnudo sin que nadie lo señalara con el dedo?
¿Cómo deshacerse del veto sin que el que tiene el poder de vetar, lo vete? Esa es la cuestión clave que debe abordarse en el nuevo Bizancio, una ciudad que dio su nombre a la práctica de debatir interminablemente asuntos inútiles, mientras se niegan los que son realmente urgentes.