Análisis

Dólares, devaluaciones y depresión

de cómo el sistema monetario internacional crea las crisis

22 octubre 2009 | Documento de resumen

El marco monetario internacional que emergió después del colapso del sistema de Bretton Woods en la década de 1970 ha demostrado ser volátil, perjudicial y propenso a las crisis. Es hora de llevar a cabo un nuevo diseño fundamental y de introducir una moneda de reserva mundial, para ayudar a estabilizar los tipos de cambio internacionales y los precios de los productos básicos, promover la cooperación económica internacional y prevenir futuras crisis financieras.

El actual marco monetario internacional no es realmente un «sistema» en absoluto; ha evolucionado de forma desordenada desde el colapso del sistema de Bretton Woods en la década de 1970. El sistema de Bretton Woods, establecido en 1944, fue creado para garantizar tipos de cambio estables para contribuir al crecimiento y la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, y para evitar el retorno de la política de «fastidiar al vecino» (beggar thy neighbour) de las devaluaciones competitivas de la década de 1930.

La característica principal de Bretton Woods era un sistema de tipos de cambio fijos, pero ajustables, administrado por el FMI y respaldado por el dólar, cuyo valor se basaba en el precio del oro. El tipo de cambio de la moneda de cada país se fijó dentro de bandas muy estrechas, y los bancos centrales nacionales, actuando en conjunto y respaldados por el FMI, evitaron los ataques especulativos. Todas las monedas eran convertibles a dólares, cuyo precio se fijó contra el oro. Si los países encontraban que su moneda estaba sobrevalorada o subvalorada, se podía negociar una modificación en los tipos de cambio a través del FMI. Esta ausencia de fluctuaciones del tipo de cambio fue diseñada para estabilizar y normalizar la inflación, evitar las crisis financieras y promover el crecimiento del comercio. En gran medida, muchos de estos objetivos se lograron, pero se hicieron cada vez más difíciles de mantener, en gran parte porque el sistema se sustenta en una moneda nacional, el dólar de Estados Unidos.

Entre la creación del sistema y su colapso en la década de 1970, Estados Unidos pasó de ser un acreedor importante del resto del mundo a convertirse en un gran deudor, en parte debido al vertiginoso aumento de los costos de la guerra de Vietnam. En 1971, ante la enorme presión sobre el dólar de los especuladores que pensaban que estaba sobrevalorado, el presidente Richard Nixon anunció que el dólar ya no sería convertible en oro. Para 1973 el sistema de Bretton Woods de tipos de cambio fijos se había abandonado.

Características del sistema actual

THay cuatro características principales del actual sistema monetario internacional. En primer lugar, aunque las tasas de cambio a menudo se describen como de «libre flotación» determinada por la oferta y la demanda de divisas, en la práctica existe una variedad de diferentes convenios vigentes. Los defensores sostienen que los tipos de cambio de flotación libre se ubican en un nivel económico óptimo, evitando la sobrevaluación o subvaluación y, en teoría, brindan más estabilidad y permiten una mayor libertad de los países para decidir su propia política monetaria. En la práctica, sin embargo, las tasas de cambio flotantes se han caracterizado por una enorme volatilidad, con grandes oscilaciones diarias, mensuales y anuales, y una divergencia significativa de la realidad económica subyacente.

Desde el colapso del sistema de Bretton Woods en la década de 1970, todos los principales países industrializados han intervenido fuertemente en los mercados de divisas para proteger sus monedas, con diferentes grados de éxito. Para ello, con frecuencia también han actuado en consorcio. Sin embargo, los mercados internacionales de divisas empequeñecen frente a la economía real – se comercializan más de US$ 3 billones diarios – lo que significa que incluso las monedas «fuertes» están sujetas, en última instancia, a la opinión del mercado. Los especuladores dispuestos a lograr ganancias rápidas pueden atacar y forzar la devaluación de las monedas «débiles».

Algunos países aún mantienen sus tipos de cambio fijos a monedas fuertes como el dólar (por ejemplo, Hong Kong y Emiratos Árabes Unidos) o a una canasta (por ejemplo, Rusia y Túnez). El euro es el ejemplo más famoso de la adopción de una moneda única para un grupo de países, pero no es el único. Por ejemplo, ocho países de África occidental son parte de la Comunidad Financiera Africana (CFA). Mientras tanto, el Banco Mundial y el FMI empujaron a los países en desarrollo más pobres hacia la flotación de sus monedas y el desarrollo de nuevos mercados de divisas.

En segundo lugar, el dólar mantiene su posición como moneda de reserva del mundo, aunque hay indicios de que esta preeminencia tendrá una duración limitada. El papel central del dólar tiene dos consecuencias cruciales. La primera es que permite a Estados Unidos sacar préstamos baratos y continuar indefinidamente pidiendo nuevos préstamos, con consecuencias muy perjudiciales para el resto del mundo. Una causa fundamental de la crisis económica actual es el enorme volumen de los empréstitos del gobierno estadounidense, financiados en gran parte por China y otros países emergentes deseosos de comprar valores estadounidenses para construir sus reservas. La seguridad brindada por esta demanda de dólares permitió al gobierno de Estados Unidos mantener bajas tasas de interés, alimentando la desastrosa burbuja de endeudamiento del sector privado. La segunda consecuencia es que las decisiones de política monetaria y fiscal de Estados Unidos tienen impacto en el resto del mundo, pero su gobierno no está obligado a reflexionar sobre estos impactos cuando decide las políticas.

En tercer lugar, hay poca supervisión o control internacional sobre el sistema monetario internacional. El FMI es la institución que fue creada para desempeñar ese papel. Sin embargo, desde el colapso del sistema de Bretton Woods, el FMI no ha podido ejercer mucha influencia sobre las políticas de los países ricos. La última vez que el FMI puso condiciones a un país desarrollado (antes del préstamo de Islandia del año pasado) fue en 1976 cuando Gran Bretaña solicitó un préstamo. La única influencia sobre los países ricos que le queda al FMI es el poder de persuasión, que ha resultado ser extraordinariamente eficaz. Parte de la razón de esto es que los derechos de voto y el poder dentro del FMI siguen estando muy sesgados hacia los países ricos; y, además, Estados Unidos mantiene el poder de veto sobre decisiones importantes. Esto debilita la independencia de la institución y diluye su capacidad de «decir la verdad al poder». En combinación con la percepción de que sus prescripciones durante la crisis financiera asiática de finales de 1990 estuvieron sesgadas en beneficio de los países ricos, este déficit democrático ha reducido la legitimidad del FMI. Y con la ausencia de legitimidad, será difícil e inconveniente dar al FMI un papel más importante en los acuerdos monetarios internacionales.

La cuarta característica principal del sistema monetario internacional es que sus reglas, instituciones y normas se guían por una determinada ideología y modelo económico. Este modelo, a menudo conocido en forma abreviada como el «consenso de Washington» fue promovido fuertemente por el Banco Mundial y el FMI. La principal característica de este modelo es la creencia en la eficiencia de los mercados libres, y un escepticismo acerca de la capacidad de los gobiernos para mejorar los resultados del mercado. Esto conduce a un énfasis en la liberalización económica y la reducción de la participación estatal en la economía, incluyendo la privatización de los servicios públicos. También crea un modelo económico orientado hacia las exportaciones, una de las razones de las grandes acumulaciones de divisas de los países asiáticos, cuyos grandes excedentes de exportación se corresponden con una dependencia de Estados Unidos de las importaciones. Estos desequilibrios comerciales a gran escala no pueden durar indefinidamente, y amenazan con crear una gran inestabilidad cuando finalmente se destraben.

Un sistema problemático

Este sistema monetario internacional mal gestionado ha creado enormes problemas para el mundo, y para los países en desarrollo en particular. Destacamos cuatro de los más graves.

En primer lugar, crea un ambiente riesgoso y volátil para las inversiones comerciales. Incluso en tiempos de relativa estabilidad global, las tasas de cambio volátiles perjudican la planificación económica y las inversiones en los países ricos y pobres por igual. Si no hay estabilidad en los tipos de cambio en el mediano y largo plazo, donde no existen los mercados efectivos para cubrir los riesgos, las empresas deben esperar volatilidad e incorporar el riesgo en sus planes. La inversión será menor, porque las inversiones que pudieran ser rentables con tipos de cambio estables serán o bien no rentables cuando los riesgos se incluyen en la planificación, o no asumidas por inversores adversos al riesgo. Esto reduce la creación de empleos, el crecimiento, el comercio y el desarrollo económico. Esta es una preocupación especial, dada la enorme inversión a largo plazo que será necesaria para convertir nuestras economías a un futuro de bajo carbono. En última instancia, la volatilidad del tipo de cambio beneficia principalmente a los especuladores, mientras crea enormes costos.

En segundo lugar, el actual sistema monetario internacional crea enormes riesgos para los países pequeños o pobres, que son extremadamente vulnerables a las oscilaciones de los tipos de cambio. En tiempos de crisis, a menudo se ven obligados a devaluar sus monedas, lo que aumenta los costos del servicio de la deuda externa y encarece las importaciones, incluidos los alimentos básicos. El pequeño tamaño de los mercados de divisas de la mayoría de los países en desarrollo los convierte en blancos de la especulación y la manipulación de sus monedas.

En tercer lugar, existen importantes costos directos para los gobiernos de los países en desarrollo. Los países en desarrollo han acumulado grandes cantidades de reservas de divisas, en parte para tener fondos suficientes a fin de evitar tener que recurrir al FMI en caso de necesitar proteger sus monedas o estabilizar su balanza de pagos. Mantener grandes reservas significa inmovilizar activos que podrían utilizarse para invertir en infraestructura verde, educación, salud, gestión ambiental y otras actividades que tienen beneficios a largo plazo para el desarrollo sustentable.

En cuarto lugar, como ilustra el gráfico, desde el colapso del sistema de Bretton Woods, ha habido una proliferación de crisis financieras costosas y desestabilizadoras, que culminaron en el desastre actual, descrito por la ONU como «la peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión».

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¿Llegó el momento de una moneda mundial?

La crisis actual ha renovado el interés en las propuestas de reforma, y, potencialmente, presenta la mayor oportunidad para el cambio del sistema monetario internacional desde 1944. Destacamos una idea clave: la creación de una moneda internacional y de un sistema de reservas internacional.

La comisión de expertos sobre la reforma financiera, presidida por el Premio Nóbel Joseph Stiglitz y creada por el presidente de la Asamblea General de la ONU, recomendó la creación de un sistema mundial de reservas, que «contribuiría a la estabilidad mundial, la fortaleza económica y la equidad mundial». La comisión sostuvo que «los desequilibrios mundiales, que desempeñaron un importante papel en esta crisis, sólo pueden corregirse si existe una forma mejor de hacer frente a los riesgos económicos que enfrentan los países que el sistema actual de acumulación de reservas internacionales».

En la práctica, esto podría lograrse a través de una unión internacional de compensaciones – una idea de John Maynard Keynes, uno de los arquitectos del sistema de Bretton Woods. La unión de compensaciones significaría que los gobiernos nacionales ya no necesitarían mantener sus propias reservas de divisas. Por el contrario, estarían respaldados por un fondo común de reservas aportado por todas las naciones del mundo y gestionado por la unión de compensaciones. Este fondo de reserva se expresaría en una nueva moneda internacional, como el «bancor» – la idea de Keynes para una unidad de intercambio basada en los precios internacionales de los productos básicos. La persistencia de superávit y déficit grandes se penalizaría con un recargo de intereses, y se darían incentivos a los países con superávit y déficit para cambiar sus políticas a fin de eliminar los desequilibrios. Se modificarían los tipos de cambio nacionales, por mutuo consentimiento, en la unión de compensaciones, sobre la base de la balanza comercial. Las ideas de Keynes siguen siendo una excelente base para iniciar un nuevo debate, pero deben actualizarse en el contexto de una mayor movilidad de capitales y flujos financieros internacionales.

Este sistema podría ayudar a estabilizar los tipos de cambio internacionales, reducir los desequilibrios mundiales persistentes y desestabilizadores y promover la cooperación económica internacional. También debería contribuir a estabilizar los precios de los productos básicos y prevenir futuras crisis financieras. Las reformas al sistema monetario internacional deberían basarse en normas y, al mismo tiempo, tener en cuenta las diversas necesidades de los diferentes países. La institución que administre el sistema deberá rendir cuentas y ser democrática.

La crisis actual ha demostrado que el «sistema» monetario internacional no ha conseguido una prosperidad global sustentable y ha estado plagado de crisis. Si bien la persistencia del subdesarrollo y la falta de inversión en los países en desarrollo son pruebas de ello, la crisis ha demostrado que tampoco ha funcionado para los países ricos, donde las pérdidas masivas debidas a actividades financieras riesgosas las está pagando el erario público y las economías sufren una profunda recesión. En tiempos de crisis hay una voluntad política mucho mayor para generar cambios. Para llegar a un acuerdo sobre reformas ambiciosas pero necesarias se requerirán negociaciones considerables. Será necesario un proceso justo y transparente para llevar a cabo esas negociaciones: un proceso que involucre a todos los países del mundo y que esté abierto a la sociedad civil y los parlamentos, bajo los auspicios de las Naciones Unidas. Miles de organizaciones de la sociedad civil así lo demandan, pero aún los líderes del G-20 no han atendido este reclamo.

A medida que se desvanece la hegemonía económica de Estados Unidos, hay un límite práctico hasta donde puede mantenerse este sistema anacrónico que se basa en la moneda de un solo país que actúa como vehículo para todas las reservas mundiales. Debe incluirse en la agenda la creación de una moneda internacional, una unión internacional de compensaciones y un sistema de tipos de cambio gestionado a nivel mundial.