A principios de agosto de 2014, Min Zhu, el subdirector gerente del FMI, anunció que Ghana, uno de los emblemas del tan cacareado «surgimiento del África» había pedido ayuda al FMI (ver Observador verano 2014). El tan exaltado ejemplo anterior de Ghana se basó en su historial con la economía de mayor crecimiento de África en 2011 y en el crecimiento del PIB del 8 por ciento durante los últimos cinco años.
La solicitud de apoyo de Ghana al FMI fue el resultado de meses de duros debates entre el gobierno, la oposición y los sindicatos y en un principio, fue enérgicamente rechazada por el gobierno. El Congreso de Sindicatos Ghanés planteó la inquietud de que Ghana temía las condiciones inherentes del apoyo del FMI, incluidos las posibles reducciones de las subvenciones y los cortes en beneficios y en el número de empleados públicos.
En agosto de 2014, el gobierno finalmente admitió que había iniciado conversaciones con el FMI, pero insistió en que estas se basaban en el marco normativo gubernamental. El presidente ghanés, John Mahama, hizo hincapié en que el apoyo solicitado al FMI «era más bien como una discusión… Si llega con dinero pues eso también está bien.»
La oposición local al acuerdo con el FMI destacó la falta de consulta sobre las políticas propuestas. Los diputados de la oposición dijeron que el paquete debería ser presentado al parlamento para su aprobación. En respuesta a las inquietudes planteadas, en particular sobre las condicionalidades, el gobierno hizo hincapié en que la ayuda solicitada al FMI no se debía a que hubiera habido un fracaso de las «soluciones nacionales» emitidas por el gobierno. Mahama justificó la asistencia del FMI diciendo que era necesaria para «lograr la credibilidad de la política y la confianza de las instituciones financieras internacionales, de los mercados de capitales y de los inversionistas respecto a las medidas que se están aplicando para restablecer la estabilidad y el crecimiento económicos».
En una conferencia de prensa en la sede del FMI y del Banco Mundial en abril de 2014, durante las reuniones de primavera, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, al parecer bromeó diciendo «los ajustes estructurales fueron antes de mi tiempo». Ella afirmó que las relaciones con los clientes ahora estaban «fundamentadas en una relación de socios.» Sin embargo, en abril de 2014, la red de ONGs belga Eurodad informó que «el número de las condicionalidades políticas del FMI por préstamo había aumentado en los últimos años». Eurodad también destacó el «aumento de la utilización de condicionalidades polémicas en las áreas políticamente sensibles de la política económica, en particular las que afectan las políticas fiscales y de gastos» (ver Observador verano 2014).
¿Surgimiento de África?
La solicitud de ayuda de Ghana al FMI coincidió con los últimos pronósticos económicos menos optimistas del FMI sobre los resultados de la actividad económica de África. Estos expresan preocupación acerca de las posibles amenazas externas, tales como la desaceleración de la flexibilización cuantitativa de la Reserva Federal de Estados Unidos, la disminución en el crecimiento de la economía china y la disminución de los precios de los productos básicos. En marzo de 2014, el FMI expresó su preocupación por la situación en Zimbabwe, donde el crecimiento disminuyó del 10,5 por ciento en 2012 a un poco más del 3 por ciento en 2013. En abril el FMI también destacó los peligros de la deuda denominada en moneda extranjera, en particular dada la proyección de que «en el África subsahariana el déficit fiscal, en promedio, será de un 3,3 por ciento del producto interno bruto en 2014, o sea, un desplazamiento masivo del superávit del 2,5 por ciento de hace una década». El FMI también señaló que el déficit del presupuesto en el África subsahariana era «elevado», a pesar de los altos precios de los productos básicos. Además subrayó que la deuda como porcentaje del PIB «había subido 8 puntos porcentuales entre los años 2012 y 2013, mientras que aumentó 15 puntos en Malawi».
El informe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) en julio de 2014, también puso en tela de juicio la retórica del «surgimiento de África» y destacó la tendencia a la desindustrialización en el continente durante las últimas dos décadas. El informe señaló que «la participación de las manufacturas en el valor añadido total había disminuido del 13 por ciento en 1990 al 12 por ciento en 2000 y al 10 por ciento en 2011.» El informe expresó preocupación por la continuada dependencia de África en los recursos naturales y su impacto negativo en la habilidad del continente para realizar una necesaria transformación económica.
Sin embargo, a la hora de evaluar las perspectivas de África, la UNCTAD puso de relieve que la tasa de crecimiento de África ha sido impresionante, con una tasa de crecimiento anual de la producción real que aumentó del 2,6 por ciento de 1990 a 2000, a un 5,3 por ciento en el período 2000-2010. El informe señaló, sin embargo, que muchos países siguen enfrentando importantes retos, que van desde la «inseguridad alimentaria, la alta tasa de desempleo, la pobreza y la desigualdad, a la dependencia de los productos básicos, la falta de transformación económica y la degradación ambiental».
La desindustrialización y la caída en la proporción correspondiente a las manufacturas intensivas en mano de obra africanas se combinaron con la expansión del crédito bancario privado como porcentaje del PIB, del 14,3 por ciento en 2002 al 19 por ciento en 2008. Estos fenómenos y la dependencia cada vez mayor de los mercados financieros, incluyendo los bonos en moneda extranjera, como los recientemente emitidos por Ghana y Zambia, llevaron al ex economista jefe del Banco Mundial y Premio Nobel, Joseph Stiglitz, en junio de 2014, a cuestionar si estas condiciones podrían crear «las bases para la próxima crisis de la deuda».