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Análisis

¿Aprenderá el Banco Mundial a ser verdaderamente inteligente con el clima?

15 abril 2015 | Análisis externo | Traducción: Maria Eugenia Arzayús

Agroecological farm outside Havana, Cuba. Credit: Quincey Tompkins Imhoff

Por décadas, las estrategias del Banco Mundial para aliviar el hambre y la pobreza, tanto como el apoyo a la agricultura, han fluctuado en la medida en que cambian las estrategias de desarrollo. Actualmente, «alimentar al mundo» y atender a los urgentes retos ecológicos son objetivos destacados del Banco en su Plan de Acción Agrícola 2013-15. Con un enfoque renovado en la política alimentaria, el Banco está invirtiendo entre US$8 y US$10 mil millones anualmente en el sector de la agricultura, incluyendo un nuevo programa, la Agricultura Inteligente con el Clima (CSA – climate-smart agriculture).

Sin embargo, la CSA es un programa poco definido. Tiene por lo menos tres objetivos: 1) Intensificar la producción de alimentos en zonas cultivables que no están siendo lo suficientemente utilizadas; 2) aumentar la disponibilidad total de alimentos; 3) adaptación y reversión del cambio climático. Tanto el Banco Mundial como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) se han sumado a la Alianza Global para la Agricultura Inteligente (GACSA – Global Alliance for Climate-Smart Agriculture), la nueva iniciativa lanzada en 2014. Sin embargo, muchos críticos temen que poderosos intereses dentro del GACSA están influyendo en la agenda, favoreciendo las soluciones industriales y esforzándose para que miles de millones de dólares sean canalizados hacia operaciones agrícolas a gran escala, a través del sistema de créditos de carbono.

Por otro lado, el mejorar las condiciones de los agricultores más pobres del mundo puede ser una poderosa estrategia para el desarrollo. En África, por ejemplo, la evidencia muestra que cada aumento del 10 por ciento en los rendimientos de los cultivos genera aproximadamente un 7 por ciento de reducción de la pobreza (más que el 5 por ciento en Asia). Ni la industria ni los sectores de servicios pueden producir un efecto semejante. Por otro lado, no todas las inversiones agrícolas dan los mismos resultados sociales y ambientales. Algunas formas de agricultura promueven la salud pública y la seguridad alimentaria, mientras que otras las degradan. Por ejemplo, a través de la contaminación del aire y el agua, reduciendo la diversidad biológica a través de extensos monocultivos, generando gases de efecto invernadero, a través del uso de antibióticos y por medio del consumo de miles de millones de dólares en subsidios gubernamentales que deforman los mercados y aumentan la concentración del suministro de los alimentos.

Hoy en día el hambre crónica afecta a más de mil millones de personas, a pesar del aumento de la industrialización en la producción de alimentos durante los últimos cien años. Los impactos del cambio climático ahora ejercen una presión adicional sobre los encargados de la formulación de políticas. El desmonte de tierras y los trabajos de labranza, la ganadería, la producción de fertilizantes y otras actividades hacen del sector agrícola el mayor emisor de gases de efecto invernadero. Esta es también la industria más afectada por el aumento de la temperatura y el cambio en los patrones del clima. Por ejemplo, se prevé que el aumento de un grado centígrado, conduciría a un dramático descenso en el rendimiento de las cosechas, especialmente en las regiones más cálidas.

Agrorcological farm outside Havana, Cuba

Agrorcological farm outside Havana, Cuba

Numerosos estudios han demostrado que los pequeños agricultores pueden cultivar el mismo volumen de alimentos y producir tipos más diversos de cultivos con métodos orgánicos, que sus homólogos industriales. Plantar cultivos que enriquecen el suelo o repelen las plagas, por ejemplo, puede aumentar la producción, reducir la dependencia de los agroquímicos y elevar el nivel de los ingresos. Un estudio en 2011 publicado en la revista Journal of Agricultural Sustainability (Revista de Agricultura Sostenible) muestra que la utilización de sistemas de cultivo más complejos, la capacitación de los agricultores y el uso de las microfinanzas pueden ayudar a producir casi el doble de los rendimientos de los sistemas tradicionales de cultivo. Tales granjas intensificadas «agroecológicas» pueden aumentar la seguridad alimenticia, mantener niveles más altos de biodiversidad, y desarrollar la resiliencia ante extremos del clima. Sin embargo, tomará una revolución en estímulos financieros y económicos para que la agroecología pueda competir con el tan subvencionado sector agroindustrial.

Mientras que la FAO pide un aumento del 50 por ciento en la producción anual de alimentos para el 2050, la ironía es que ya estamos produciendo suficientes calorías para alimentar a 10 mil millones de personas. Obviamente, no toda esa producción llega a las personas más necesitadas, ya que casi una tercera parte es desperdiciada en las cadenas de suministro. Otra tercera parte es utilizada para alimentar el ganado y el 5 por ciento es convertido en combustibles biológicos.

En julio de 2014, más de 70 asociaciones y científicos agrícolas criticaron a GACSA (Alianza Global para la Agricultura Inteligente) en una carta abierta por, entre muchas razones, no condenar los enfoques industriales que «producen la deforestación, aumentan el uso sintético de fertilizantes, intensifican la producción de ganado, y empeoran la vulnerabilidad de los pequeños agricultores». La carta agregó: «Reconocemos la necesidad de una acción que apoye sistemas de alimentación y sistemas agrícolas que se adapten al cambio climático. Creemos que para reducir la contribución de la agricultura al problema, tenemos que encontrar la manera de eliminar gradualmente los enfoques industriales destructivos, e incentivar métodos agroecológicos que funcionen mejor para el planeta y para los pequeños agricultores del mundo «.

Han Herren, el coautor de un informe publicado en 2008 sobre el conocimiento agrícola, la ciencia y la tecnología para el desarrollo, afirma: «Para producir más alimentos no necesitamos una agricultura más industrial, con mayores necesidades industriales. La evidencia muestra que los pequeños agricultores son más productivos. Simplemente necesitamos sistemas sostenibles de producción y consumo, que sean eco-funcionales, que sigan los principios de la agroecología y que trabajen con la multi-funcionalidad de la agricultura. La manera más inteligente, de parte del Banco Mundial, para enfrentar las crisis entretejidas de la inseguridad alimentaria, la pobreza y el cambio climático, es adoptar y proponer la agroecología haciéndola su centro, tanto de su plan de acción agrícola como del programa agrícola inteligente.

 


Dan Imhoff, Fundación Tierra

La Fundación Tierra publicará un nuevo informe en mayo/junio de 2015 sobre la política agrícola y el Banco Mundial.